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La ciudad millenial: entre la hostilidad urbana, los falsos sueños de globalización y el clamor.

Carlos David Rivera [Guatemala]


Pablo, 23 años, vive en un barrio popular en uno de los municipios del área metropolitana de la Ciudad de Guatemala. Su vida la describe como una montaña en donde cada vez que escala un tramo, este se desmorona y lo vuelve al lugar donde estaba.

“La vida es difícil, pero yo trato de sacar lo mejor de mí. Soy uno de los afortunados de mi barrio, pues mis papás, al menos a mí, me han apoyado para llegar hasta donde estoy. Mi papá lleva 30 años trabajando como albañil y mi mamá lavando ajeno y haciendo costuras para los vecinos. Así, me lograron apoyar hasta graduarme de perito contador. Ya la universidad, poco a poco me la he ido pagando yo. Logré entrar a la San Carlos, lo cual ha supuesto una ayuda al no tener que pagar mensualidad. Aún así, me ha tocado duro, porque tengo que aportar a mi casa. Soy el tercero de mis hermanos y aunque mis dos hermanas mayores no estudiaron el diversificado porque se casaron, tengo dos hermanos pequeños a los que quiero apoyar para que también estudien y salgan adelante.”


Asentamiento en Guatemala (Foto: N. Matute)

Pablo, al igual que muchos jóvenes de la capital guatemalteca, inicia su rutina todos los días a las 4 de la mañana. Sale de su casa a las 4:30, caminando por los callejones con graderíos de su barrio para llegar a una calle principal. Allí, pasa un microbús pirata que lo lleva hasta la estación de buses extraurbanos que van desde su municipio hasta el lugar conocido como El Trébol, en el municipio de Guatemala. En este lugar, toma el servicio de Transmetro (un sistema de BRT a cargo de la municipalidad de Guatemala) en donde hace un trasbordo. Luego, camina sobre las zonas 9 y 10 hasta el área financiera de la ciudad en donde trabaja en un Call Center. Empieza a trabajar a las 7:00 AM.

"Llego como a las 9:30 a la entrada de mi barrio y me toca caminar por las calles y callejones ya algo solitarios hasta llegar a mi casa".

“Estoy muy contento de que por fin pude conseguir un mejor trabajo, aunque no paga tanto como decían. Realmente me costó mucho que me aceptaran, me pusieron muchos “peros” porque vivía en una zona roja y anteriormente sólo había trabajado con mi papá de albañil y en la práctica del colegio haciendo de asistente de contador en un aserradero. Me valió que sabía ya un poco de inglés gracias a que me hice amigo de unos gringos que llegaban a hacer jornadas médicas por donde vivo. Con lo que gano, pago todos mis gastos de la U, ayudo a mis papás, salgo con mi novia Sonia y estoy ahorrando para una moto, porque realmente andar en bus es un martirio. Mi papá ya está pensando en abrir un poco más la puerta de la casa y hacer una rampa para meter la moto cuando la compre.

Saliendo a las 5 de la tarde del trabajo, me toca correr para llegar a la USAC, por que las clases empiezan a las 6. Me toca pagar taxi pirata o Uber, dependiendo cuál salga más barato. Aunque últimamente sólo pago Uber porque en el taxi ya nos asaltaron una vez. Salgo de la U a las 8:30, y me da jalón un amigo que tiene carro y vive cerca. Llego como a las 9:30 a la entrada de mi barrio y me toca caminar por las calles y callejones ya algo solitarios hasta llegar a mi casa. En una ocasión, me querían asaltar los mareros y me quitaron el celular. Corrí con la suerte que entre ellos estaba el José, que fue mi compañero en primaria y les dijo que me dejaran ir. Una lástima que el José haya terminado así, era el más buzo para leer y escribir poemas en la escuela. Al llegar a mi casa, ceno y empiezo a hacer tareas hasta las 12 o 1. Realmente, hasta donde aguante, por eso me he tenido que tomar la U más despacio, entré hace 4 años, pero voy en quinto semestre.”


Sonia, la novia de Pablo, una chica de 20 años, no ha corrido con la misma “suerte”. Graduándose de secretaria bilingüe, empezó la universidad y a trabajar. “Yo trabajaba como secretaria en una oficina en Vista Hermosa, pero tuve que dejar el trabajo porque en el bus, me manosearon en dos ocasiones. Aparte de eso, tuve que dejar también la U porque el trabajo sólo me permitía hacerlo por la noche y una vez cuando regresaba me persiguió un hombre extraño. Menos mal Pablo estaba cerca y llegó para acompañarme. Por eso me cambié y tuve que conformarme con ganar menos del mínimo trabajando 10 horas diarias en una venta de ropa de una plaza comercial cerca de acá. Por lo menos estoy trabajando y no salí embarazada como la Gaby, mi mejor amiga. Me hubiera gustado terminar la U, sólo otra compañera y yo fuimos las únicas mujeres del colegio que seguimos estudiando, pero yo tuve que dejarlo. Realmente me hubiera gustado llegar a ser una abogada. Tal vez después, cuando Pablo y yo nos casemos”.

Las generaciones millennial (Aquellos nacidos entre 1980 y 1994) y centennial (nacidos entre 1995 y 2010) forman en conjunto, según el censo de 2018, un 53% de la población nacional.
Mateo del artista visual Emiliano Manuel. Colección #AsentamientosInhumanos 2008

Como Pablo, Sonia y José, son miles de jóvenes que tratan de luchar en una sociedad en donde la discriminación socio-espacial es aguda, y en donde la ciudad se ha convertido en una prisión disfrazada de oportunidad. Las maras, la falta de empleo y acceso a las oportunidades, la falta de espacios de recreación, de transporte digno y el acoso contra la mujer son sólo algunos de los tantos problemas a los que los jóvenes se enfrentan día con día en Guatemala y en muchas otras ciudades de Latinoamérica.

Las generaciones millennial (Aquellos nacidos entre 1980 y 1994) y centennial (nacidos entre 1995 y 2010) forman en conjunto, según el censo de 2018, un 53% de la población nacional. Si les sumamos los ya nacidos de la generación Alpha (2011-2025), llegan al 75% de la población total de Guatemala. De estos, un 54% es urbano. En el departamento de Guatemala, según datos del Censo de 2018, para ese año, vivían unos 1,151,338 adolescentes y jóvenes entre 10 y 30 años.

A pesar de que dicho segmento de población representa una mayoría clara, que se acentúa más al agregar a aquellos en los rangos de edad entre 0 a 10 y 30 a 40 años, parece ser que la ciudad, al igual que para muchos otros grupos vulnerables, no está pensada para ellos. Pero, ¿Cómo llegamos a permitir que nuestra propia casa nos destruya?


El derecho a la ciudad, un ideal desconocido.

En 1967, el escritor urbanista, Henri Lefevbre publica su libro, “El derecho a la ciudad” en donde habla sobre cómo la ciudad se ha convertido en una mercancía al servicio de los intereses de unos pocos y propone como contrapropuesta la reivindicación de las personas para que estas vuelvan a ser dueñas de la ciudad. De aquí se desprenden una serie de derechos urbanos como los del derecho a una ciudad donde se garantiza el pleno ejercicio de los derechos humanos, ciudades acogedoras, sostenibles, con espacio público, movilidad eficiente, vivienda digna; ciudades en donde el ser humano pueda desarrollarse como persona, donde pueda explotar todo su potencial.

Sin embargo, para muchas personas como Pablo, Sonia y José, estos derechos son desconocidos. Se han tenido que conformar a su desastrosa realidad, en donde su entorno, en lugar de hacerlos florecer para convertirse en miembros útiles de la sociedad, los obliga a permanecer en la precariedad y a conformarse con el “peor es nada”.

“En la colonia, todos me conocen como Pablo, el hijo de doña Mary. Famosa mi mamá [risas]… Mi mamá ha estado involucrada en el comité de vecinos por muchos años. Gracias a su trabajo logramos hace unos años que nos pusieran servicio de agua potable. Aunque el alcalde sólo lo hizo para ganar la elección y no construyó pozo. Ahora sólo recibimos agua 1 vez a la semana. Mi mamá y otras vecinas solicitaron a la municipalidad la construcción de un parquecito y un campito de fútbol desde que ya no pudimos ir a jugar al barranco porque empezaron a violar y a matar a las mujeres; hasta muchachos han aparecido violados y asesinados en dos ocasiones. Sin embargo, se rindieron, porque en la muni les dijeron que eso no era una prioridad. Desde que nos quedamos sin espacio para jugar, ya no se siguió con el equipo de fútbol que patrocinaban los gringos que vienen a ayudar aquí.”



Los millennial y centennial, una generación de soñadores, una ventana de oportunidad para la recuperación de la ciudad

Así como Pablo, Sonia y José, hoy en día las ciudades están llenas de miles y miles de jóvenes, de diferentes orígenes sociales y económicos que por diversas situaciones ven truncados sus sueños de superación y de lograr una vida mejor. Sin embargo, dicho grupo etario, está lleno de un espíritu soñador, de nuevas habilidades y nuevas ideas que se han visto influenciadas por los fenómenos tan rápidos de globalización y digitalización del siglo XXI.

Al ser un grupo de soñadores con mayor acceso a la tecnología, un mejor conocimiento del mundo exterior y una mayor adaptabilidad a los cambios que está casi al 100% integrado en la fuerza laboral, las generaciones jóvenes representan una ventana de oportunidad para lograr el cambio en busca del derecho a la ciudad. Un cambio en busca de una ciudad acogedora, en donde todos seamos bienvenidos y podamos explotar nuestro mayor potencial. Una ciudad multi-escala, en donde existan planes, programas y proyectos a nivel metropolitano que permitan un mayor acceso a la vivienda y una movilidad integrada, digna y eficiente, pero también a nivel municipal y barrial, a fin de recuperar las calles, los espacios públicos y la escala humana que la ciudad ha perdido a lo largo de los últimos 120 años.

Hoy más que nunca, es importante que todos los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores trabajemos juntos para lograr esa ciudad tan anhelada que nos permita salir del conformismo del “peor es nada” y desarrollarnos a nivel individual y colectivo.


*Nota: Los personajes de este artículo son ficticios con fines ilustrativos.

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