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Cuando el Pasado, es nuestro mejor Futuro [Ninotchka Matute]

Actualizado: 11 feb 2021

Ninotchka Matute [Guatemala]


El barrio de los artesanos, el de los zapateros, el barrio de San José que albergaba a muchos carpinteros, o el de los sastres, o el de los panaderos, eran los barrios de los oficios, que de una manera única definían “el alma” del vecindario. Los antiguos barrios de las ciudades tenían una historia compartida y una vocación comunitaria que los hacía singulares a partir de la gente que los habitaba. Y es que la forma de habitar las ciudades mezclaba sabiamente diferentes funciones y necesidades en las que podías encontrar en las viviendas espacios que no estaban exclusivamente destinados para vivir, sino que equilibraban en su conceptualización de diseño, espacios para el trabajo o para el comercio. Podías contar con servicios diversos en pocas cuadras, podía uno comprar el pan, llevar a reparar las viejas botas favoritas o echarte una larga conversación con el dueño de la farmacia, era la vida en comunidad, la vida de barrio en la que el ocio en la plaza, el comercio o el trabajo podía realizarse sin grandes desplazamientos, a pocos pasos, en una ciudad caminable que respondía de manera eficiente a las necesidades de habitar en comunidad que al fin y al cabo es el sentido primordial de organizarnos en ciudades.


Zapatero en el Barrio Candelaria GT [Foto: N. Matute]

"La gente, las personas, se relacionaban de una manera más espontánea porque su interacción en las calles era cotidiana..."

De igual manera, en el pasado, las prácticas agrícolas o pesqueras no eran masivas ni arrasaban con los ecosistemas, los desechos que producían las ciudades eran notoriamente menores proporcionalmente a la cantidad de habitantes, principalmente porque no había nada desechable, todo era reusable, partiendo por las bolsas del mercado y los envases de los productos, como la leche e incluso las bebidas gaseosas que se comercializaban en botellas de vidrio retornables. Los gases de efecto invernadero no se producían a tan acelerada velocidad como ahora y por supuesto habían mucho menos automóviles que en la actualidad, por tanto la atmósfera, la tierra y el agua tenían más tiempo para regenerarse. El equilibrio entre lo natural y lo construido se mantenía en una armonía sostenible.

La gente, las personas, se relacionaban de una manera más espontánea porque su interacción en las calles era cotidiana, las casas tenían una relación directa con las calle, mantenían las ventanas abiertas y la costumbre era salir a la puerta a “ver pasar gente” o a conversar con el vecino, la actividad afuera era permanente, los niños crecían más libres y podían salir a jugar con los amigos del barrio. Los jóvenes paseaban a sus novias en bicicleta y los más chicos podían caminar a la escuela. Las compras se hacían para la semana en la tienda del barrio o en el mercado local, donde nuevamente se daba el encuentro, la conversación, la interacción social.


Panadería de Barrio. [Foto: N. Matute]

Lejos de convertir este escrito en una letanía nostálgica sobre el pasado, estas reflexiones vienen al caso para recordar que no hace muchos años atrás, nuestros hábitos para habitar eran otros no solamente distintos si no sin duda mejores, más equilibrados, más respetuosos con la naturaleza y con más vínculos entre nuestra propia especie. La vorágine del desarrollo y la tecnología en pocas décadas ha convertido nuestro hábitat urbano en este planeta en una maquinaria depredadora, que arrasa con la naturaleza, que invade imparable el territorio que contamina el aire, la tierra y el agua, que destruye especies vegetales y animales, que consume imparablemente y produce enormes cantidades de basura plástica, tóxica y eterna.

Vivimos hoy el Antropoceno en plenitud que evidencia el enorme impacto global que nuestra especie ha producido en el planeta que habitamos. Volver la vista atrás, analizar el pasado y sí, recorrerlo con un dejo de nostalgia nos hace bien en este momento crucial en que nos ha tocado vivir, para saber de dónde venimos pero sobre todo para saber hacia dónde queremos ir. Y es que no todo ha sido malo, los avances en la ciencia, en la tecnología, en las artes son innegables y sin duda para espíritus ansiosos como el mío, este tiempo se plantea como una época de oportunidades.


"Los días pasaban de zoom en zoom, del trabajo al activismo, de la reunión de amigos del colegio al webinar con Joan Clos o al conversatorio con Bruce Mau."

De Zoom en Zoom [2020]

Recién terminamos el año 2020, vivimos estos primeros meses del 2021 con una sensación de resaca innegable, pasó un año entero y no sabemos qué hicimos o tan siquiera sí ¡hicimos algo! Al menos a mí los recuerdos del 2019 los tengo como que fueran del 2020 y los del 2020 se me enredan en una maraña de zooms, mascarillas y temores, como 300 días en insomnio permanente. Sin embargo algo pasó, algo que pareciera metafísico, algo potente que nos reunió como especie global, igualándonos en nuestra condición de seres vulnerables, infectables y a la vez infecciosos, cómo no recordar los primeros meses de la pandemia en que con un par de meses de desfase el mundo entero se cerró y las ciudades se calmaron, las calles se liberaron de autos, el planeta respiró y los animales se empoderaron y bajaron de las montañas para no perderse ese espectáculo invertido de ver a los humanos encerrados y ellos muy campantes invadiendo nuestras calles. Mientras nosotros, añorando los abrazos, renegando por nuestra libertad perdida temerosos de todo y de todos.

Lo cierto es que sin darnos cuenta estábamos dando un salto cuántico encerrados en nuestras casas, cambiando a toda velocidad hábitos largamente arraigados, aprendiendo a comunicarnos telemáticamente, a ser productivos desde nuestra propia habitación y teniendo más acceso que nunca en la historia a una cantidad inconmensurable de conocimiento de primer nivel. Los días pasaban de zoom en zoom, del trabajo al activismo, de la reunión de amigos del colegio al webinar con Joan Clos o al conversatorio con Bruce Mau. Experimentamos juntos como humanidad, la desconocida “fatiga zoom” evidenciado el cambio que nuestros cerebros estaban experimentando. Por otro lado redescubrimos nuestro espacio doméstico, quien más quien menos odio o amó su casa, lo cierto es que los diferentes ambientes de la casa fueron poco a poco cambiando su sentido y de pronto un hijo recibía clases en la cocina, la otra habilitaba el cuartito de servicio para sus clases virtuales, el marido se apropiaba del estudio como oficina empresa y tú te deleitabas convirtiendo tu lugar favorito en el balcón como tu oficina y tu dormitorio en el set de entrevistas. La casa cambió, las dinámicas se reinventaron y hoy ya todos nos manejamos de una manera natural dentro de las facilidades o complejidades que este cambio provocó, blureando los conceptos que aprendimos con tanta claridad en la escuela de arquitectura en cuanto a la forma y función de los espacios.


"El urbanismo y la arquitectura no pueden ignorar este cambio radical de paradigmas..."

Vida de barrio Siglo XXI, Zona 4 GT. [Foto: N. Matute]

Y descubrimos entonces, con abrumadora evidencia que en el pasado podemos encontrar nuestro mejor futuro, porque las nuevas casas para las nuevas familias deberán retomar en su programa la posibilidad de tener una oficina en casa o de diseñar fachadas hacia la calle donde el taller de costura pueda ofrecer sus servicios a la comunidad, porque las casas pueden ser “casas productivas” y los barrios podrán recuperar su alma albergando a una comunidad de emprendedores, de pronto tendremos nuevos barrios con artesanos postmodernos que se mueven a pie o en bicicleta, que venden por internet y nos volveremos a reunir en las plazas o en los cafés porque el trabajo ya no se hará en enormes edificios corporativos y podremos trabajar para una oficina en Canadá y no tendremos que mover a la familia porque podremos hacerlo desde nuestra oficina en casa. La gente se moverá solo para pasear y conocer nuevas culturas no para trabajar. Tener auto propio no tendrá ningún sentido porque para distancias largas tomaremos el tren urbano y entonces las calles volverán a dedicar más metros cuadrados para la gente.

No tengo dudas, en el pasado podremos construir nuestro mejor futuro, porque viendo hacia atrás podremos recuperar la esencia que nos llevó a vivir juntos en la ciudad, con una consciencia más humana, más comunitaria, menos depredadora pero eso sí, ahora en la plenitud de este Siglo XXI con las ilimitadas posibilidades que la tecnología nos da.


Será una vuelta al pasado pero con una visión al futuro.

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